20 años ya en "esto de abogado"

Sin comentarios septiembre 13, 2017

Corría febrero de 1997 cuando un chico con malas notas, mal genio y mucha labia pisó un juzgado por primera vez para defender a alguien, de manera gratuita y con la carrera sin terminar. Aquel día, supe exactamente (aunque no me lo dijese ningún libro) lo que había que hacer. Todo encajó a la perfección, todas las noches sin dormir, todos los suspensos, la planificación de la carrera (consistente en leer y entender para ser un buen abogado en vez de “chapar” para aprobar) fraguó en un momento determinado y me hizo disfrutar por primera vez del poderoso y gratificante placer de defender a otra persona.

Nací y crecí en A Coruña, una ciudad un tanto clasista, dónde las profesiones como la de abogado o médico eran para las familias más ricas y pudientes, y dónde hacerse un hueco era algo dificil, y más empezando con un ordenador viejo, una mesa y dos sillas. Pero aparte de mi familia, tenía otro importante aliado: las nuevas tecnologías. Con un teléfono móvil “trampee” los tres primeros años de profesión sin tener despacho propio hasta el año 2000. Recibía a la gente en las cafeterías de los hoteles e incluso a veces en mi propia habitación de casa de mis padres si había cierta confianza. En el año 2000 y en pleno euro y con un par de sillas y mesa de “Carrefour” y una botella de cava, abrí mi primer despacho con otros abogados.

Recuerdo de aquellos años que pasé de la simpatía de mis profesores de la Escuela de Práctica Jurídica del Colegio de Abogados de A Coruña a las miradas de desdén y recelo de abogados más mayores y experimentados, empeñados en recordarme una y otra vez que alguien como yo, sin ningún familiar con despacho de abogados ni padrino digno de ser tal, no tenía derecho a sobrevivir en esta siempre elitista profesión. Así fue como contra todo pronóstico gané mi primer juicio en la Audiencia Provincial de La Coruña, y otro y otro…yo creo que motivado por dar en las narices a los que me miraban por encima del hombro.

Así fue como a “trancas y barrancas” y poco a poco me abrí camino durante nueve largos  años hasta que “internet” y una página web llamaron a mi puerta cambiando mi destino para siempre. Aquel día al pequeño “Marrajo” le crecieron las aletas y al menos virtualmente pude convertirme en un tiburón blanco tan grande como el mejor abogado de Coruña. Ese fabuloso día la voz de mi padre resonó en mi cabeza recordándome que yo podía conseguir lo que me propusiese, y no tuve más remedio que, con los ojos humedecidos por la emoción, darle la razón (una vez más) a mi viejo, capaz de luchar a brazo partido hasta contra la muerte, y “culpable” de enseñar a sus hijos a creer en ellos mismos y en trabajar duro hasta alcanzar sus sueños.

Pablo Carvajal de la Torre.

Continuará….


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